Se sabía
que la huida en algún momento iba a suceder, el problema es que no se podía
saber cuándo. La primera vez que ocurrió fue cuando ella sin pensar las
consecuencias de su proposición le sugirió desayunar. Él inmediatamente pensó
"A ésta le gusta el juego sucio, pero a mi eso no", y decidió
levantarse e irse, sin tomarse el trabajo de rechazar ni siquiera la
invitación. Así que muy diplomáticamente le dijo "me voy, tengo cosas qué
hacer", Mara lo miró con los detonados como un dos de oro, se desplomó sobre
el colchón luego de que Eugenio retirase todo su cuerpo, el abrazo, la mirada,
la voz... de la angustia en el pecho no pudo ni decirle que atajara su impulso,
y le diera una explicación de sus actos. Ella se tomó su tiempo para vestirse,
era obligado que se fueran juntos del hotel. Mientras bajando en el ascensor,
ella lo miró de reojo, todavía tenía los ojos irritados, humedos, desolados...
La vida siguió, como siempre seguía para ambos.
Caían en el abismo de la incertidumbre hasta que volvían a encontrarse,
eran como dos almas peregrinas en la búsqueda de una respuesta que ninguno de
los dos finalmente hallaría. De alguna forma particular, en la trivialidad de
las sábanas y el silencio de los sentimientos se sentían resguardados.
De a dos, es inevitable el encuentro con lo desconocido de la
alteridad, lo molesto y atractivo de la idiosincracia del otro... y sobre
todo, lo incomodo del sin - sentido de lo que uno es para ese amante
exiguo.
Eugenio al llegar a su casa, se
recostó en la cama y mientras miraba el techo, racionalizaba el
significado de su huida. En parte se creía pícaro, porque como
todo picaflor nadie podría atarlo jamás, pero en parte sabía que
de ese modo había experiencias que nunca habia vivido que se estaba
perdiendo, como por ejemplo, las expectativas del amante al comprale un
regalo a su amada el día del aniversario. Nunca habian durado más de 2 meses
sus relaciones, y con Mara, extrañamente ya hacía como seis meses que se
veían con alternancias, pero con cierta frecuencia respetable tanto como para
no llegar a amarla, pero al punto tal de que ella sí, lo adorase sin que fuera
peligroso en esa distancia misma. El nunca se preguntó que le pasaba a ella, no
necesitaba saberlo para sentirse elogiado, y de ese modo poder sostener afuera
su viva imagen fulgurante. Nunca le dedicó tampoco más de 15' a la
"paja" mental, solía prender la televisión y ya, con eso era
suficiente para distraerse.
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