lunes, 22 de diciembre de 2008

Anti domingo

Los domingos que llaman a la reflexión del inicio, del final de la semana, este día bisagra que encarna el desencanto engedrado por el festivo fin de semana. El domingo, monstruoso sin sabor y sin ruido de bocinas, la ciudad en ruinas, las campanas de Iglesia.
Digno de día espiritual, reclama el descanso y la quietud del cuerpo, que hoy no trabaja. Pero trabaja la mente, esos enanitos inquietos curiosean por los espacios cerrados abriendo puertas prohibidas en busca de emociones oscuras. La decadencia que implican se adhiere a la tranquilidad perturbadora del ambiente urbano y estallan el verborragia interna, las sensaciones mediocres del acaecer humano.
Mientras perdemos el tiempo pasando los días en un sinfin de obligaciones y ocupaciones, llegado el domingo ¿Qué haremos con tanto desdén? Ni cerca de ser ello lo que me persigue, es alguna de las razones que sostienen el trago amargo, de fernet sin cola, que algunas almas transitamos sin demasiado ruido, ni siquiera con estupor.
Las palabras llegan solas y se suceden, como todo lo que dicen por ahí, como todo lo que pasa aunque no estemos allí, mitad mentira y mitad verdad, como el domingo de descanso. ¿Y cuándo descansaré yo de esta pena extranjera?
Dejamos la resaca en el cajón y salimos en busca de causas que hagan de este gris, un fervoroso blanco brillante, una caminata en Puerto Madero, una estrella en el destierro, un barquito en el Río Paraná o miles de fugaces idolatrías mentales, para llenar de vida lo inanimado... y aún, incluso en estas palabras se hunden los espiralados blancos.
Y al fin, concluyo este acto que debería o hubiera querido realizar hace rato, escribir sobre este puto y triste domingo... que me recuerdo, cada vez... que haga lo que haga, él me encuentra siempre... en soledad.

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