sábado, 22 de septiembre de 2007

XI

Se había fugado el albedrío,
escondido detrás de las cortinas
que opacaban el sol de cualquiera día,
no había noches sin sueños,
ni sueños con coherencia,
tampoco melodías sin acordes,
siquiera me acordé de ponerle ritmo....

Había una tragicacomedia que no se dejó ver
por el intersticio del telón,
la orquesta sonó toda la noche,
pero tampoco se oyó un guión,
ni un «mu» de la boca de los actores aconteció,
hasta que al final, sólo terminó.

Que ser espectador de una escena así,
le hace perder a la visión la satisfacción
de la voz, acompañada por la entonación,
de un constante balbuceo, mientras en el baño,
lloraba desquiciado un protagonista
que no podía salir, por su «panic scene».

No hay peor amalgama,
que la que en su seno no contiene matices,
de qué quejarse si no existe,
la posibilidad de un equilibrio feliz.
Si hay felicidad, no puede más que asociarse a
la costumbre de la comodidad, que sólo esa
unívoca pasividad es plausible de otorgar.

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