martes, 11 de noviembre de 2008

Tristeza y Naufragio.

Aquí tallo con lágrimas, lo que en mi garganta se atraganta y no puede hablar, lo que más allá del presente, se expande y distribuye su melancolía arrasadora. Y es lo único que siento, ahora.
Ni siquiera se montó la ilusión, cuando siempre a medias lo sentía, cuando siempre afuera se quedaba pidiendo permiso para entrar. Yo lo invito a mi morada, pero se queda muerto de sed y mojado, esperando en la puerta de vaya a saber uno qué estrella. Nunca fugaz, porque no la deja ir, imposible un pez porque no deja huella al nadar.

Entonces, esta tinta transparente que no para de fluir, no puede surcar caminos, no logra hacer poesía; y creí que una vez quise creer, nuevamente aislé aquí en mi cofre una historia magullada por repentinas impotencias, consecuencias o correlativas de un poder. Es la superstición de una maldición que acobarda y quién pudiera... si se proyecta sobre mi superficie, aquella cobardía, objetaré: lógica incauta, no soy yo víctima ni tú victimario.

Ya no es una queja ni grito desesperado, es la manifestación de la oscuridad que con el agua apaga la llama y con el viento toma distancia. Las olas, cuando sube la marea me alcanzan a las costas, para en una tarde... cuando baje, quedar aleteando, pero finalmente... como cualquier final, dejando lo que más de una vez, he penado y a lo cual lamentablemene, me he consagrado: simplemente una huella donde mi cuerpo repose y mi cabeza sueñe, un regazo... muchas veces un abrazo, que acobije cuando es necesario caer y despedazarse. Cuando el desencuentro asoma, no queda más que el azoramiento de la posibilidad; cada vez más pregnada de imposible, taponada por el brillo crepuscular de una figura en el horizonte.

Ya no me indigna. Sólo me duele la cofradía de tu deseo... mirando por la ventana, por el sólo hecho de mirar. Subsumido en los volados de una pollera que no puede girar... que no puedes levantar; tímido... ¿Se atreve? Y después que se jacte de su coraje, pues no sabe siquiera asomar su nariz por la ventana. No sea cosa que acaso, el espejismo vaya a desaparecer. Leí por ahí, sobre las pasiones del ser que cuando uno se apasiona en la ignorancia, es porque nada quiere saber.

Pues hoy creo en la dignidad, y me ha tocado ir a parar, varada, en la repitición impía que no me pertenece, pero ya aprendí la lección mil veces. Allí donde mi huella no quepa porque la marea la rige una luna brillante que no puede alcanzar y cada vez se escapa más, allí es donde sólo se trató de la promesa de un lugar. No han sido más que expectativas y es lo único de lo cual este pez se ha logrado alimentar. Si aquí naufraga esta balsa, dependerá de este mar.

Responsable en estas palabras, de mi tristeza ciega y la opacidad que me petrifica, es que áquel brillo que me quita el lustre... ¿Qué puedo venir hacer yo aquí sino simlemente ser su sombra? O peor aún, una voz que retorna hinchapelotas a reclamar, aquello que sabe no es suyo, pero necesita como mujer, sentirse oída, sentirse notada, sentirse necesitar, desear... querer. Atención, y sólo hallo un atentado. Es simple, pero no es claro. Quizás conlleve más esfuerzo y sea mi modestia, tal vez falsa. No quiero pecar, pero es demasiado obvio y no tiene nada que ver con la cantidad.

Algo se rompió. Por los augeros, arrancados a mordiscos, se filtra el agua que anclará bajo el pesado mar... lo que pudo haber sido, lo que una vez tontamente llamé -porque esa la única forma de estar en el amor- trascender los límites... y desear. Me corrijo y rectifico: yo no sé nada de que se trata estar acá.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Con todo respeto, pez...

En esta noche son tus palabras nudos en mi garganta. Dudo de estar llena de espejismos o qué. Dudo de si haya aquí un mar real. Dudo de esa luna, de este bote, hasta de las ventanas en que estamos asomándonos... pero no dudo de lo que siento. Temo caer, pero me arrojo. Temo sucumbir pero me arriesgo. Temo el oscuro y vacío abismal desastre que se pueda vertir en este cielo...

Pero será mi temor el que me diga cuánto debo hacer? O eso otro? eso otro que me hace trascender todos los límites, olvidar todas las leyes, desarmar todas las nadas y llenar los espacios y los lugares de cosas maravillosas?

Tengo miedo, tengo mucho miedo y por eso rezo. Y por eso voy, miro, veo. Lo miro, lo observo, lo toco, lo beso. No sea cosa que en el primer suspiro de tantos que se esparcen dé media vuelta y desaparezca, se desvanezca, desfallezca su imagen ante mí.
Por eso... lo miro, lo toco, lo beso.


Tengo miedo, pez, mucho miedo.
Pero voy a respirar esta vez, aquí, debajo de este mar, hasta que el maldito último suspiro me quite lo que siempre ha sido mío...

¿Por qué la eternidad dura tan poco?
¿Por qué?

Tengo miedo.

Nameless dijo...

La entrada a la morada es tan pequeña... que sólo de rodillas parece uno poder entrar...



No merecés quedarte sin aire; acordate que si te vas a lo profundo del oceano, la marea ahí ya no te puede alcanzar.

Anónimo dijo...

Leí esto: “la entrada a la morada debe ser pequeña… sólo de rodillas uno quiere poder entrar”
Pues tal vez la entrada no sea tan pequeña; tal vez sólo sea una necesidad de quién accede para… sentir su ser único. Acceder de rodillas puede ser necesario para algunos… único modo de acceder, de repetir, de suplicar y de sentir que sí, que pude, YO. Tener ese poder a veces puede ser tan desconcertante, tan extraño, tan delirante.
Dificultad es necesaria para muchos para acceder y para quedarse.

La puerta está abierta, y la morada tan llena, tan tan completa, que en cualquier momento se esfuma. ¿Quién tiene más miedo? ¿Quién no puede quedarse dónde? ¿Quiere?
Es el juego del miedo, o no.

Tienes razón… o tal vez el problema sea la grandeza de la morada. Uno puede temer ser succionado por ella… eso puede sentirse peligroso. No sea cosa que me quede sin qué, sin quién, sin. Se sigue tratando de “tener”… ja.

Ja. Aún así, me faltan partes. Esta morada recién comienza... tal vez, también tal vez, se trate de eso.

THANKS, Nameless
me sostendré donde la marea
me siga alcanzando.

pez: estás ahí?