lunes, 16 de junio de 2008

P de Palabras

No me vendo como me doy, no me comprés como soy. Me abstengo en esta declaración, de la oratoria que no versé, per se me consta este momento que las marginadas comas, no negaré.
Me dice que no puntuo, es cierto que no. Porque fluyen rápidamente y coherentes, casi desquiciadamente las parafrénicas palabras que se exponen, se explotan mutuamente para ver quién sale a escena, desfilan elegantes con su cintura sinuosa y sus tildes ostentosas. No se dan cuenta. No sirven para nada.

El usufructo sólo las degradaría al entrar en un sistema económico, perdiendo su estética, esa beatitud, aún la más feas, convirtiéndose en bellas damas que candentes llaman al escritor, dan de mamar al lector. Y eso es sólo una de sus más preciadas características, con sus adornos exuberantes, las más excéntricas se dejan coquetear. Por eso es que son sobretodo inútiles, como todo, depende del ojo que mire, como todo: será mejor así.
En ocasiones nuestra mente le atribuye el futuro que construyen cerrando la entrada a la sorpresa que a veces cargan, con sus significados que no les pertenecen y las sobrepasan, es tan fuerte a veces la alienación que se pierde en la imagen, la sensación. Su imagen es siempre obnubilante, su impresión inolvidable. Como aquellos olores, algunos saberos, muchos recuerdos, impregnan la impronta continente de decires decorosos, de voces ausentes, de cartas amarillas. Y porqué no? De números rojos.
Taciturno ¿tácitamente su turno? Esa familiaridad nos permite desnudarlas, que tanto exhiben cuando aprendemos a tenerlas en cuenta, sin ser esclavos en su hilo ágil y verborrágico indisociable, como esta oración, como a veces la memoria. Sin ellas, no hay tiempo, ni ser.
¿Qué será el ser sino una cantidad de palabras que definen el ser?

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