miércoles, 11 de julio de 2012

Tramando III

Se sabía que la huida en algún momento iba a suceder, el problema es que no se podía saber cuándo. La primera vez que ocurrió fue cuando ella sin pensar las consecuencias de su proposición le sugirió desayunar. Él inmediatamente pensó "A ésta le gusta el juego sucio, pero a mi eso no", y decidió levantarse e irse, sin tomarse el trabajo de rechazar ni siquiera la invitación. Así que muy diplomáticamente le dijo "me voy, tengo cosas qué hacer", Mara lo miró con los detonados como un dos de oro, se desplomó sobre el colchón luego de que Eugenio retirase todo su cuerpo, el abrazo, la mirada, la voz... de la angustia en el pecho no pudo ni decirle que atajara su impulso, y le diera una explicación de sus actos. Ella se tomó su tiempo para vestirse, era obligado que se fueran juntos del hotel. Mientras bajando en el ascensor, ella lo miró de reojo, todavía tenía los ojos irritados, humedos, desolados...
 
La vida siguió, como siempre seguía para ambos. Caían en el abismo de la incertidumbre hasta que volvían a encontrarse, eran como dos almas peregrinas en la búsqueda de una respuesta que ninguno de los dos finalmente hallaría. De alguna forma particular, en la trivialidad de las sábanas y el silencio de los sentimientos se sentían resguardados. De a dos, es inevitable el encuentro con lo desconocido de la alteridad, lo molesto y atractivo de la idiosincracia del otro... y sobre todo, lo incomodo del sin - sentido de lo que uno es para ese amante exiguo.
 
Eugenio al llegar a su casa, se recostó en la cama y mientras miraba el techo, racionalizaba el significado de su huida. En parte se creía pícaro, porque como todo picaflor nadie podría atarlo jamás, pero en parte sabía que de ese modo había experiencias que nunca habia vivido que se estaba perdiendo, como por ejemplo, las expectativas del amante al comprale un regalo a su amada el día del aniversario. Nunca habian durado más de 2 meses sus relaciones, y con Mara, extrañamente ya hacía como seis meses que se veían con alternancias, pero con cierta frecuencia respetable tanto como para no llegar a amarla, pero al punto tal de que ella sí, lo adorase sin que fuera peligroso en esa distancia misma. El nunca se preguntó que le pasaba a ella, no necesitaba saberlo para sentirse elogiado, y de ese modo poder sostener afuera su viva imagen fulgurante. Nunca le dedicó tampoco más de 15' a la "paja" mental, solía prender la televisión y ya, con eso era suficiente para distraerse. 

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