domingo, 18 de mayo de 2008

Escepción.

No hay excepciones: sólo a los escépticos que alberguen
en su despliegue más que burocracia e instauren un ateísmo soberbio.
No es tal una escepción, sino por su condición de tal.
(Ja! zanjado, zanjado. No. No. Ya lacanismo recurrente!)
Retomando, me incorporo nuevamente al extranjero lenguaje, perpetuando nuevamente aquella libertad, propiamente libertinaje de las palabras.
En absoluta redención ¿Cómo negarle la asunción a la eclesiástica
galantería de "billetera mata galán"? No. No. No vale (el) todo.
Entonces nada, pero tampoco vale.

Veamos, veamos...
Caer sobre los fluidos mestizos del ungüento de aquel mercenario río, me despacha en su corriente, con eléctrico hidro masaje rebaja los precios del hastío, alberga cual molino de viento los tesoros del escepticismo. Como sino se vistiera y como quieras.

Venga y hazte a mi lado de tu escepticismo que quisiera apropiarme ¿Donde estoy yo? ¿Donde estás vos? La delegada linea de los artificios maquiavélicos ¿Qué pretende usted de mi hombre malo? Ella sí, sí supo ser sarcástica.
Pero, sobre todo las cosas, aquellas idealistas concepciones recubriendo lo real de la carne. No me vengas con ilusorias mentirijillas consoladoras de que el tamaño, no importa (negué el todo entonces sólo en parte) gran parte. Dejando la hipocresía de lado, se trata de un equilibrio dinámico, a veces de poder suplementar algunas cosas y hay varios opciones pero creer en Princesas y Dragones, yo creo... es porquería. Pero eso se lo dejo a las histéricas, sin ellas no existiría el divertimento para las almas vacías a las cuales les emebellecen, con sus envilecidas historias de ángeles y demonios, el espectro.

Verás, verás...
Simplemente es una paradoja, conviven en mi mente tranquila y cuasicoherentes las contradicciones irónicas, no hay excusa sino para el escéptico ateísmo de soberbio que destrona, sí, las banderas del elixir. Tantas veces. Y no sólo me jacto de mi "sinceridad" para q no digan "la mentira tiene patas cortas" a mi me gustan las cosas largas pero que no laguidezcan rápidamente: las teorías duras, claro. Devota de su contextura empírica y de verosímil veracidad me genera el -desgraciado- beneplácito de ayudarme a aburrirme, no dejar de tener una excusa para decir "necesito ocupar mi tiempo con algo".
Por supuesto que vivimos al pedo.

En fin, ya fue.
Mis soliloquios ya no huelen a sarcasmo.

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